Hoy hablaremos de las demoninadas «Islas doradas» de la costa azúl francesa.
La Costa Azul es un lugar mítico, donde los visitantes acuden en masa especialmente en época estival.
Unos para tumbarse al sol en sus preciosas playas y otros deslumbrarse con las luces nocturnas de las ciudades que la componen.
La Costa Azul y las colinas del interior están llenas de parajes milagrosamente vírgenes,
pueblos adorables y pequeños restaurantes muy acogedores. Y por supuesto, no olvidemos
su cielo, su mar azul y la luz que fascinaron a Renoir, Bonnard y Picasso. De algunos de estos rincones, hablaremos en próximos artículos.
Y no tan lejos del litoral de la Costa Azul, hay rincones que pertenecen a los curiosos, a los
que saben salirse de los caminos trillados. Le esperan bosques desconocidos con sus ricos
olores aromáticos y pintorescos pueblos en lo alto de las colinas.
Tierra de contrastes geográficos, los Alpes Marítimos ofrecen una increíble diversidad de
paisajes.
Las Islas Doradas: el archipiélago natural de la Costa Azul
Porquerolles, Port-Cros, Levant: tres remansos de paz para visitar frente a la costa de
Hyères.
Las islas de Hyères marcan el horizonte con sus costas recortadas, frente al litoral del Var y
la Corniche des Maures. Manchas de verde y roca entre el cielo y el mar azul.
Cuenta la leyenda que estas islas son las hijas del príncipe griego Olbianus, perseguidas
por un barco pirata mientras nadaban mar adentro. Imploradas por Olbianus para que las
salvaran, los dioses petrificaron a las hermanas, tres de las cuales se convirtieron en las
islas Estocadas. La cuarta, muy cerca del puesto comercial focense de Olbia, ya tendía la
mano a su padre: se convirtió en la península de Giens y su asombroso tómbolo.
Más tarde, durante el Renacimiento, las islas pasaron a llamarse Îles d’Or (Islas de Oro), un
tesoro dorado a un corto trayecto en barco. Cada una con carácter propio.